miércoles, 10 de octubre de 2012

Críticas a 'Cosmopolis' desde Sitges

A continuación podreis leer dos críticas positivas de Cosmopolis. Alegra mucho saber que a la gente le gusta:


Critica por Dehparadox:


El canadiense David Cronenberg siempre ha sido un cineasta diferente al resto. La originalidad, visceralidad e independencia de sus proyectos le han permitido desmarcarse de las ataduras del cine comercial y dar rienda suelta a una locura controlada. Cronenberg, obsesionado por la transformación física y la toxicidad de la carne, no deja de ser un pensador que recapacita una y otra vez sobre la incidencia de lo psicológico en lo físico y viceversa. Es imposible entender una cosa sin la otra, y es en esa retroalimentación que ejerce de cordón umbilical entre cuerpo y psique donde el director de Crash se encuentra cómodo, donde maneja los hilos. Sin duda, los géneros de terror y ciencia-ficción son los ideales para desarrollar cualquier historia fantasiosa (o viscosa en su caso) que casi siempre tiene como origen algo real. Es básico, cualquier elemento que sea o parezca mínimamente real, produce una sensación (sea cual sea) mucho mayor que algo que no lo es, aunque lo real derive en fantasía a posteriori. Sin embargo, desde el año 2005 con el estreno de la controvertida A History of Violence, algo cambió en su cine. Eastern Promises (2007) y A Dangerous Method (2011) dejaban de lado la obsesión por la carne y de la representación exterior para centrarse en lo interior, en desarrollar personajes más empáticos y cálidos. Desde luego, esta especie de trilogía de la mente representa su era más comercial, donde grandes estrellas como Viggo Mortensen, Ed Harris o Michael Fassbender se ocupaban de arrastrar a los espectadores a las salas mientras él iba a lo suyo. Y en estas que nos llega Cosmópolis, historia basada en la novela homónima de Don DeLillo, donde un joven multimillonario (interpretado de nuevo por otra estrella, el crepusculino Robert Pattinson) atraviesa la ciudad de Nueva York de punta a punta para cortarse el pelo. O lo que es lo mismo, un macguffin como otro cualquiera para debatir sobre el capitalismo, el concepto de individuo en una sociedad castradora y la alienación individual, entre otras cosas. Y escribo bien cuando digo “debatir”, ya que los monólogos y los diálogos entre los personajes son constantes, haciendo que echemos en falta en algún momento algo de silencio, algo de lenguaje audiovisual. En otras palabras, que Cronenberg ha optado por hacer de Aaron Sorkin para adaptar a Don DeLillo. Pero un libro y un guión son dos medios tremendamente diferentes.


Tradicionalmente, una página de guión se considera un minuto en pantalla (aunque es una norma que depende totalmente del tratamiento narrativo asignado a la obra), lo que hace imposible una adaptación completamente fiel al libro. Es decir, solemos hablar de “adaptación” precisamente por eso, porque hay que intentar condensar y acomodar una historia originalmente creada para ser narrada en un formato, a otro diferente. Por esa razón, por el medio, por el vehículo que transporta la acción, a veces la mejor solución es alejarse de lo literal y crear una fórmula de expresión con variantes tomando el modelo original simplemente como base o referencia. Ya que antes he sacado el nombre de Sorkin, The Social Network y Cosmópolis no pueden ser más opuestas formalmente pero son muy similares en cuanto a pretensiones: conseguir que el espectador se interese por un parloteo incesante. Mientras que The Social Network se apoya en un montaje vertiginoso con una arriesgada (pero triunfadora) dirección de Fincher que dota al conjunto de una velocidad rítmica primorosa, Cosmópolis prefiere una contención estilística unida a un ritmo sosegado. Son dos opciones igual de aceptables (en el cine casi todo vale) pero mientras que la película de Fincher no deja opción al aburrimiento sino a la espectacularidad como medio para justificar el fin (agarrar al espectador y menearlo), Cronenberg ejerce una peligrosa concesión a la libertad del público. Es decir, él presenta los elementos de una forma particularmente artística y abierta, y sus fans son libres de aceptarlos o rechazarlos. Aturdimiento o libertad? Precisamente uno de los temas que ha tratado en el film va a decidir su éxito o fracaso comercial. Lo que hablábamos antes de ficción que tiene su origen en la realidad…

El principal problema del libreto es ser demasiado consciente de si mismo, abogar por un tremendismo algo forzado en algunos momentos que no pedían eso, sino algo más paródico quizás (obviamente la subjetividad del sujeto entra en liza aquí). Recordemos que hasta Taxi Driver (uno de los referentes obvios, aparte de las películas de Jim Jarmusch o Tom DiCillo) tenía un par de momentos cómicos que no hacían más que reforzar el drama, dar peso al conjunto. Sin embargo, aquí la comedia brilla por su ausencia y no por falta de oportunidades. Algo más se podía haber sacado de las breves apariciones de Samantha Morton, Mathieu Amalric o Juliette Binoche, brillantes pero algo encorsetados por el uso de sus personajes como símbolos. En cualquier película eso sería un defecto. No obstante, Cronenberg pretende justo eso, la visualización de sus personajes como representación y manifestación de ideas ya conocidas, enfrentándose directamente y a pecho descubierto con el feroz capitalismo encarnado por Pattinson. Es cierto que durante gran parte del metraje la sensación de estar hipnotizado por un gran nada se hace presente (lo que tiene mucho mérito, ojo), pareciendo estar contemplando un recital de poesía del mismísimo Bob Dylan. Son los mejores momentos de la película, amén de los últimos 25 minutos donde hace su aparición Paul Giamatti. Por otra parte, al ser estructurada de manera episódica, la columna vertebral se ve altamente resentida por momentos tediosos donde el film se hace excesivamente denso. Esa desconexión salpica indirectamente a otros segmentos de mayor calidad, ya que nuestra capacidad de atención se ve reducida y percibimos con más demora de lo habitual algo supuestamente mejor. Que nos cuesta entrar y mantenernos con el interés alto, vamos.



Lo que si me parece interesante es la mantenida claustrofobia a la que estamos sometidos gran parte del metraje al desarrollarse la acción en el interior de un coche. Es curioso que hayan coincidido en cartelera dos películas como Cosmópolis y Killing Them Softly, de Andrew Dominik. Ambas le dan una importancia suprema al coche pero es reseñable de que forma tan distinta. En la película protagonizada por Brad Pitt (estupendo, como todo el reparto completo), el vehículo representa lo móvil, la excusa para ir de un sitio a otro y relacionarse como lo haríamos en un bar, algo cotidiano. Es un instrumento decisivo en la vida de los protagonistas, prácticamente el único nexo de unión de un personaje con otro. No obstante, para el personaje de Pattinson en Cosmópolis, ejemplifica el hogar y el viaje interior continuado. No es que sea el único lugar donde Pattinson conoce gente, es que directamente es donde desarrolla su vida entera. Ese interés por saber donde duermen las limusinas por las noches a primera vista puede parecer un detalle absurdo pero es lo más cerca que vamos a estar de una posible humanización del personaje, ya que demuestra su nostalgia del hogar (que recordemos es su coche) y la inseguridad que le produce enfrentarse a su yo callejero, que para él es desconocido y hasta irreal. Su hábitat natural, donde él es un poderoso tiburón de los negocios, es en el interior donde recibe noticias sesgadas del exterior a través de su chófer (impagable Kevin Durand). Es cierto que esta no es la típica película de Cronenberg sobre la carne y sus virus, pero no deja de ser una variante sofisticada del dilema interior-exterior que tanto destaca en la carrera del canadiense. Por cierto, me pregunto que habría sido de esta adaptación de tener detrás de las cámaras a Kubrick, un maestro que supo dar un toque personalalísimo a una novela tan extrema como lo era A Clockwork Orange, de Anthony Burgess (a pesar del modificado final…).

Volviendo a analizar el tema del coche comprobamos que guarda una estrecha relación con el título de la novela (y película). Una Cosmópolis es una gran ciudad en la que vive gente de variadas procedencias y lugares. Pero también tiene que ver con la idea de que el individuo pueda sentirse ciudadano del mundo. Obviamente, esa Cosmópolis no es Nueva York, sino el interior de la limusina. De hecho, el gran reparto (incluido un notable Pattinson solo superado por el incontestable talento de Giamatti) no está seleccionado al azar precisamente. Pattinson y Morton son ingleses, Durand es canadiense, Giamatti es estadounidense y Binoche y Amalric son franceses. De esta forma, el término globalización también entra en la ecuación sin siquiera ser mencionado, una jugada inteligente. Por otra parte, los discursos acontecidos en la trama no pueden estar más de actualidad. La evolución natural de las tecnologías ha contribuido de forma decisiva al aislamiento y la expulsión del individuo de una sociedad cada día más mortífera, ansiosa por llegar a un estado de alienación mental donde el punto de no retorno sea una costumbre y un camino natural y no opcional. Es ahí donde el capitalismo se hace fuerte en una opresión brutal al pueblo donde la única salida redentora es la violencia de la plebe contra los acaudalados, sean estos culpables o no. El episodio final, con Giamatti como soberbio protagonista, no brilla por su sutileza pero es una representación clara del fin del sueño americano (y por ende, el fin del sueño a escala global) propiciado por una libertad sin oposición al capitalismo más fiero, a base de una pérdida de identidad propia individual alarmante para abrazar a “la sociedad”. Pero como bien se pregunta el film… ¿quién es realmente la sociedad? ¿A quién se refieren cuando hablan de sociedad? ¿Acaso no somos tú y yo parte de esa sociedad? Y si es así… ¿qué hemos hecho para pertenecer a ella? Y lo peor de todo… ¿cómo demonios salimos de ella?.

Critica por Aullidos.com:


David Cronenberg, ya convertido en un autor total capaz de cualquier cosa que se proponga, decide hacer una reflexión extensa, compleja, dura sobre el capitalismo y su caída en su Cosmopolis. Utilizando como herramienta a un Robert Pattinson entregado a las últimas consecuencias, la película se interna en el mundo autista y frío de una limusina, representación final de un sistema financiero global, y lanza preguntas (algunas sin respuesta) mientras un grupo de personajes van paseando por ella, al mismo tiempo que el mundo del protagonista se desmorona.

Exceso. Eso es lo que se vive en un mundo donde no tienes suficiente con comprar el cuadro de una capilla histórica, sino que también QUIERES la capilla. No solo se pierde el valor del objeto, sino que también de cualquier sentimiento, o persona. Se habla, se sugiere unos recuerdos a la realeza, también aséptica y aislada del mundo real.

Esa mirada y sonrisa mordaz de su protagonista, la tranquilidad mientras fuera estalla una guerra. Bastante fácil identificarse con los que están fuera, intentando hacer al hombre poderoso reflexionar, ¿no? Pero a él le da igual; él quiere ir a cortarse el pelo, porque lo necesita. Lo quiere. Nada más importa. El mundo se va a la mierda, y el tito David sabe bien por qué.

La pasividad de Cronenberg en su manera de contar las cosas se nota en el pesado ritmo que aparenta su estructura. No es una película fácil, está excesivamente dialogada y tira mucho de concepto y metáfora. Casi en exceso. Pero cuando el canadiense loco se excedía poniendo vaginas en pechos para representar el control de la televisión no nos quejábamos, ¿no? Puede que sin chicha o sangre, el exceso no sea tan divertido. Y ahí difiero.

Pattinson está genial, construye el personaje a través del autismo y casi el Asperger, un ser cruel, sin alma, que se da cuenta lo incapaz de leer el mundo que es. No puede, fracasa, y se entrega a la autodestrucción. Como bien le dice un personaje en un momento del film, “hasta para destruirte y caer tienes que ser más que los demás, el mejor en ello”. Exceso. ¿veis? El tándem Pattinson-Cronenberg nos puede dar tantas alegrías como el que tuvo (tiene) con Mortensen. Ya podéis comenzar a tirarme los platos a la cabeza.

La diversión de Cosmopolis es inexistente, es un título depresivo, extraño en su estructura y extenuante. Cansa, pero en diferentes sentidos; o te atrapa y te fascina, o te aburre y destruye. No es fácil entrar en ella, ni difícil salir. Es una nueva tuerca a un estilo que está buscando, de nuevo, una nueva voz. Tuvimos etapa sexual-gore, otra comercial de terror, una psicológica y una de thriller clásico. Cronenberg vuelve a girar, larga vida a su carrera, salga la sangre y la carne que tenga que salir.

Lo mejor: Pattinson y la cruel mirada a la caída del sistema. 
Lo peor: su excesivo epílogo.

No hay comentarios: